CUENTO 9: Resciendo
Arnaud de La Huerta
Un estruendoso sonido de
la puerta partiéndose junto con la cerradura suena al otro lado -¡Arrrrrrnaud!
¡Estoy en casa! – Grita agitando la cabeza mientras alarga su presentación como
un coro de opera, lleva de carga en su hombro un bate de baseball. Todos dentro
de la casa, incluido Arnaud, sabían que él vendría a buscarlo. Ahora solo quedaba él y su
depredador, un hombre alto, flacucho de nariz aguilada y arremangada, con unas
arrugas y pálidez blandiendo su rostro. Su pelo era largo, negro y desprolijo.
Sus ojos celestes de lobo eran acompañados con un corte en la mitad de una de sus cejas, que se extendía entre medio de su mejilla hasta la comisura de su
boca, la cual esbozaría una sonrisa de dientes chuecos, junto con una risa
pausada, que pronto aumentaría su volumen a medida que se metía dentro de esta
casa.
-¡Veo que has leído mi
carta querido! – Expresaba mientras caminaba a saltitos apurados de habitación
a habitación, primero revisando la cocina, luego el living y luego desde el
lobbie volvería para escuchar el ruido de un perro que avisaba su llegada
con gruñidos desde los escalones de arriba.
Su sonrisa se hizo más
larga al ver al pitbull bajar convencido en atizar sus largos colmillos en el muslo de
aquél sujeto. Un movimiento con el bate le bastó para luego de aturdirlo sacar
un arma de su cinturilla. Con tres disparos el perro comenzó a mover el torso
de lado a lado rápidamente hasta que luego éste pereció al tercer
disparo. Asegurándose darle en la cabeza.
-No te merecías sufrir…
- Murmuró, con cara larga. -Es al hijo de puta de tu dueño al que quiero hacer
sufrir! – Gritó a viva voz contra el techo para que Arnaud supiera quién era,
cambiando repentinamente a un rostro de hasta incluso placer por haber
encontrado al fin la casa de Arnaud. -¡Yo se que andás por acá hijo de puta! – El asesino de la marca se agarró de la barandilla de las escaleras y se impulsó tirando
de ellas antes de mover sus pies. Al instante subió alargando pasos,
salteándose dos escalones por cada escalón que subía.
Al arribar el segundo piso, sintió el
silbido de una bala rozar su nariz, incluso pudo verla pasar. Palpó con su
rostro pedazos de polvo que había soltado la pared por aquella raspada de la
bala. – Casi chabón. – Aquél hombre reclinó su cabeza para mostrarse ante su
presa: Arnaud. Un hombre de sienes canosas. Frente arrugada y estatura mediana. Era apuesto, tenía una mandíbula prominente, unos dientes blancos como un
lavamanos y una mirada verde oscura que cautivaría si no fuese por la pequeñez de sus pupilas sometidas por el terror de la escena -¿Te acordás de mí,
querido? – Expresó con jovialidad de nuevo el cazador asomándose un poco para luego entre
risas esquivar otro balazo que ni siquiera fue a su dirección. La puntería de
Arnaud no era muy precisa. Era la primera vez que sostenía un arma. -Espero que extrañes a aquél al que le robabas la plata para comprarte esos fulbitos
insulsos en los kiosquitos de primaria.
-¿¡Qué mierda querés
Walter!? ¡Hijo de remil puta!
-Vos sabes lo que
quiero. – Replicó, apoyándose contra la pared y echando atrás la carcaza del
arma para poner primera bala en la recámara. – Si no, no estarías con un arma.
-Me enviaste un mail
diciendo que me ibas a matar, pedazo de infeliz, ¿Quién mierda te creés? ¿Cómo
safaste de la policía?
Ni bien alcanzó a decir
eso, Walter se hizo aparecer ante sus ojos, descubierto con la pistola entre
sus manos débiles. No pudo levantar a tiempo la pistola antes de que su
depredador le disparase en la rodilla y ágilmente luego en su mano. Su boca se
abrió como si fuese una flor y lanzó un grito al aire con todas sus fuerzas,
desgarrando su pecho y sus cuerdas vocales mientras se sobaba con su mano y su
codo libre de daños de balazos aquella rodilla afectada.
Ahí apareció él, de
barbilla alta, con su metro ochenta y su flaqueza. Sonreía como si hubiese
matado un animal de campo, mientras observaba como el pantalón de traje blanco
de Arnaud se teñía poco a poco de rojo.
-¿Qué estabas por hacer
Arnaud querido? ¿Ir a un casamiento así vestido?
Arnaud solo estaba
centrado en aguantar el dolor. Mujía mientras sus dientes se apretaban
hasta rozar la quebradura de uno. El ardor era inhumano. Las balas no eran de
una pistola normal, su rodilla estaba al rojo vivo y un hueso pudo ver asomarse
de ella.
Pero solo eso alcanzó a
ver hasta que Walter pisó sobre ella. – Este dolor que sientes – dijo, mientras
el dolor se incrementaba y ya el llanto se le hacía notar – Es el mismo que me
hiciste sentir toda la vida hijo de puta. Mirame a los ojos, forro de mierda. –
Walter tiró de su camisa rosada rumbo a él, y luego levantó su barbilla con el
arma, estaba solo a centímetros de su rostro, era imposible ignorar la línea
punteada cicatrizada de su depredador. - ¿Reconoces la cicatriz que recorre
toda mi cara hijo de puta? ¿Eh? ¿Te acordas lo que sufrí por vos en el
secundario? Casi me dejas ciego y lo mejor que se te ocurrió en vez de ayudarme
fue sacarme la ropa del colegio. Enfermo de mierda – Sus ojos parecían salirle
de sus órbitas, mientras expresaba cada una de sus palabras entredentadas, con
un respiro que parecía el de un buffalo a punto de defenderse. – Esto, no es
nada comparado con lo que me hiciste vos.
-¿Y qué?, ¿Me vas a matar
por una pelotudes de pendejos?
Walter arremetió con el
dorso de su mano, enviando el torso de Arnaud a un lado diferente del que lo
había atraído cuando le sostuvo de la camisa. Luego, apretó su pie y lo giró
sobre su rodilla, como si fuese un cigarro. Solo que esto en vez de apagar,
prendía aun mas el ardor agónico que cruzaba y contagiaba todo el cuerpo de su
presa. Arnaud vomitó al no poder aguantar el dolor que sentía, para luego
recostarse contra la pared. Su sudor caía a borbotones, y su pelo se engrasaba
y brillaba gracias a los químicos de pánico que revoloteaban por todo dentro de
él.
-¿Te crees gracioso pelotudo? ¿Te
olvidaste cómo me manipulabas en la escuela? Te cagaste en mí siempre, y
yo te bancaba, porque eras mi único amigo. ¿Te parece una joda, o una pelotudes como decis vos?
Arnaud intentó levantar
la cabeza, pero el pie desocupado de Walter arremetió para mantenerlo a ras del
suelo. Ahora se mantenía equilibrado sobre su rodilla y sien.
Y vos te aseguraste de
que hasta el día de hoy me sienta un imbécil. ¡Vos te aseguraste que odie mi joroba! ¡Mi
cuerpo!, ¡Mi vida! ¡Te aseguraste que no toque una puta facultad en mi vida
porque dejaste tu merca en mi mochila! ¡Pedazo de merquero! ¡Me cagaste la vida!
-¡Basta, no aguanto más!
¡Ya no puedo aguantar este dolor, lo siento, lo siento!
-Te debería cagar a
tiros, pero te voy a hacer lo que le hiciste al pequeño Walter Fritz, aunque no
pueda hacerlo mentalmente. ¡Ahora sí voy a golpear a alguien de verdad, no como
aquella vez que dijiste que le había pegado a tu mujer!
Arnaud ya estaba
apunado, el dolor, y el mareo de tener alguien apretando su cabeza, parecía que
pronto explotaría la sangre que rondaba por su cabeza.
Su largo sueño, que lo
tranquilizaba de pensar que no despertaría, fue cortado por un baldazo de agua
fría que le hizo temblar.
Al despertar, bufeó
varias veces mientras su cuerpo recobraba el sentido muscular perdido producto
del frío. Allí es cuando luego de varios pestañeos enfocó su mirada a aquel
sujeto que ya conocía de la infancia.
El hombre vagaba de
punta a punta de la habitación, con las manos atrás en su espalda abrazadas y
con una bajita risa que hasta se notaba forzada. Era una risa de desprecio y de
extasis por poder encontrar a Arnaud.
-¿Qué querés hijo de
puta?
-Callate la boca. –
Interrumpió Walter, alzando el arma hacia su frente, mientras Arnaud observaba
ese arma con los ojos salrtones, secos, enrojecidos y paniqueados. – Forro del
orto. – Bajó su arma, y luego volvió a caminar hacia una punta de la
habitación, donde yacía el bate de Hockey de su esposa. Se temía lo peor.
-¿Te acordas cuando me pegaste un pelotazo en primaria con la pelota de handball? Esa vez que me desfiguraste la cara cuando caí al suelo con tu pie. – El depredador de la casa se señalaba la cara, aunque estaba de espaldas, mirando fijamente el palo de hockey. – Le dijiste al profesor que realmente fue sin querer. - Remedó con una voz chillona aquellas palabras - Pero me acuerdo de tu cara. Perfectamente lo hago.
-Ya paso mucho tiempo de
eso Arnaud, -Su voz sonaba ansiosa,
desesperada en esos momentos – Por favor déjame salir.
-Calláte, la boca.
Segunda vez que te lo voy a decir – Intimidó. – Vos me vas a escuchar cuando te
hablo o te parto la cabeza con este palo.
-Cuando te comiste a mi
novia no me dejaste a hablar – Prosiguió, alzando sus cejas y haciendo una
mueca de vergüenza y disconformidad. – Es más, me amenazaste con pegarme si
reclamaba. – Luego de un seseo, su sonrisa se forjo nuevamente – Que vida de
mierda, ¿No? Lucia se fue con vos a los días, ganó el mal. Ganaste vos, hijo de
puta.
-Walter, de verdad, lo
siento mucho.- Su cara se alargó, y Arnaud prosiguió con aires de comprensión.
Mientras su cuerpo temblaba, y su piel se encrespaba ante aquella oscura y
perdida mirada que juzgaba su declaración – Fui una mierda, pero ha pasado
mucho tiempo de eso. De verdad, ya no soy el mismo, te lo juro. Pasaron años
de…
El discurso que parecía
convencer a Walter resultó en las consecuencias de un lanzamiento del palo de
hockey hacia la mandíbula, haciendo que éste cayese al suelo de lado. Sin poder
recogerse la cara por tener las manos atadas a una silla de madera, solo pudo
gruñir de dolor y lagrimear un par de gotas, nimias en comparación con el sudor
que revoloteaba por toda su dermis.
-Te dije que cerrés el
orto. – Walter le sostuvo de la mandíbula. - ¡Mirame a los ojos! ¿Vos crees que
te estoy jodiendo? ¿Eh?
Los sollozos de Arnaud
no se hicieron esperar, pero parecían no impactarle nada a Walter en absoluto.
– Hace dos años… - Apretó sus labios
fuertemente – Hace dos putos años mi querido Arnaud, vos echaste a mi hermano
del laburo. Sin indemnizarlo. Lo echaste por un error pelotudo. Porque se te
ocurrió que él no merecía pedir un aumento del sueldo laburando doce horas para
vos. – Los parpados inferiores se entrecerraron, a medida que contaba la historia
ás apretaba con su mano la cabeza de Arnaud. – Gabriel ¿Te acordás de él?
Gabriel Fritz. ¿Sabés donde está ahora? ¡Ahora si respóndeme!
-¡Muerto Walter, Muerto!
Pero no es mi cul –
Antes de que pudiese responder, un cachetazo paró su sermón
-¡Exacto! ¡Está muerto!
– Pateandole la cara al instante de terminar la frase, volteó a Arnaud junto con la silla hacia atrás. Mientras aún se resentía de esos dos golpes, tiró desde su camisa hacia
arriba y lo incorporó de nuevo junto con la silla. Walter
empezó a lagrimear, sin embargo, sacando ese detalle, nada en su cara
demostraba que sentía dolor interno. Parecía seguir disfrutando de esa venganza
como nadie. – ¿Te acordás de Gabriel Friz? ¿Mi hermano?, El que trabajó para vos. Se merecía vivir bien. Vos lo cagaste explotando.
No solo mandaste gente a que me roben guita a mí, sino que también le robaste
la vida a él. ¿Sabes que pasó después de eso que le hiciste? - Arnaud negaba
varias veces. – Seeeh, vos si sabes lo que pasó. – Prosiguió, mientras le
tiraba de los pelos y mientras su presa seguía lamentándose, negando toda
responsabilidad. Mientras gemía del dolor que le generaba el tironeo hacia
atrás. – Se tiro de su edificio hijo de puta. ¡Así! – Él lo lanza al suelo
hacia atrás, haciendo que la cabeza de Arnaud se golpease fuertemente con la
caída. Abriendole una cicatriz por la que la sangre no se hizo esperar.
-Me cagaste la vida
Arnaud. – Arnaud solo podía ver desde su posición a Walter, su arma y el ventilador
que giraba por encima de su cabeza. – A mí y a mí familia. Pero… ¿Sabes algo?
Hoy voy a ser compasivo contigo. Voy a pagar la deuda solo haciéndote pelota a
vos.
-Te van a meter preso,
Walter. ¿Por qué haces esto? - Expresaba confundido, mareado por la caida.
-Porque una vez perdes todo, ya nada tienes para reclamar. ¿Y sabés algo? – Ladeando su cabeza,
asintió varias veces – No me quería ir sin vengarme de el tipo que me cagó la
autoestima en la primaria, en la secundaria, en el trabajo, en la familia… En
todo – Su voz se hizo mas tenue, más tranquila. – Estuviste en todos lados.
Pero lo de mi hermano fue la gota que rebalsó el vaso cuando pensaba que lo
estaba superando. ¿Sabes lo que es vivir con marcas en la cara y en la mente
Arnaud? Nah… Imposible. Vos solo disfrutaste cogiéndote a mi novia y dándole
tres hijos ¡Qué digo hijos!, ¡Parásitos como vos y ella! ¿Qué vas a saber vos de sufrir? Si estás forrado en guita. La vida
no me va a dar más nada, que la posibilidad de tener un cuerpo estable como
para matarte. Es lo único que puedo hacer en vida que tenga sentido. – Walter,
por fin, sacó un arma de su cinturilla, por debajo de su pantalón, y luego se
agachó encima de Arnaud. Con los pies a los costados de su cuerpo, para luego
sentarse encima de sus rodillas, y apuntarle en la cabeza. -Cagarle la vida a quien me cagó la mía.
Walter sabía que lo que
hacía no era bueno. Pero ¿Qué más podría hacer? Qué le daría la vida a Walter,
más que tristeza, resentimiento, furia, y soledad.
-No… Por favor, Walter,
es hora de que cambies tu vida. Aún podes hacerlo. ¡Te entiendo! Yo estaría en
tu posición igual. ¿Necesitas plata? Llevatela toda, déjame acá atado, ándate a
las Bahamas o algún paraíso de esos que impida que te busquen. Pero por favor,
no me matés. No lo hagas por mí. Hacelo por mis hijas.
-Arnaud, ¿vos crees que
la plata me va a quitar a mí las ganas de pegarme un tiro? – Alzó sus cejas y
con una risa de mofa miró hacia arriba, como viendo al cielo. Allí donde estaba
su familia. – Entonces no entendiste nada.
-¡WALTER, POR FAVOR, NO
ME MATÉS! ¡TE LO PIDO POR FAVOR! – Grito ahora, desesperado, mientras su voz se
desgarraba con cada palabra y su cara se ponía cada vez más roja, mimetizándose
con la sangre. – Tengo una fundación, de verdad ¡He estado haciendo el bien!
¡Mis hijos son buenas personas! ¡No quiero que me mates por favor! – Su voz se
agudizaba y se hacía más rápida y temblorosa a partir de que el cañon de la
pistola se pegaba cada vez más a su frente. - ¡Yo cambié! ¡Lo juro! ¡Vos también lo podes hacer!
La tensión se olía en el
ambiente, y eso ultimo Walter lo sabía. Sabía lo filántropo que era Arnaud, de hecho, con una de sus paginas por internet de caridad supo el paradero donde vivía, luego de meses de investigación. Pudo dar cuentas de el
bien que le hizo a la humanidad más allá de él. Solo Walter cargó con toda la maldad
que padecía Arnaud en su interior. Pero sabía que no se iba a ir sin nada de su
vida. Una decisión ya estaba tomada: Su muerte. Ahora, la siguiente decisión,
quedaba en qué hacer con su presa.
La puerta se derribó. Él
no sabía que policías arribarían la casa tan rápido. La tensión se sentía. Los pasos cada
vez se hacían más fuertes, más rapidos. Y su dedo se resistía a apretar el
gatillo.
Cada vez faltaba menos.
Arnaud estaba con esperanzas verdaderas de salir de esta. Lo sentía, podía
verlo en los ojos de su enemigo. Él pronto estaría en la cárcel.
Pero. Walter decidió
confiar en sus creencias sobre la maldad humana.
-Tenes razón. – Expresó
al final, mientras se corría de la silla y levantaba a su presa de la camisa
para incorporar su silla con él. – Tenes mucha razón Arnaud. Compensaste con
creces con tu maldad ayudando al pueblo. – Expresó Walter, rodeando a Arnaud y
dándole una palmadita en su sangriento hombro mientras iba a sus espalda. Arnaud sonrió aliviado. Mientras miraba
fijamente la puerta. Él creyó que le estarían por desatar.
Sin embargo, sintió en
su lumbar, el frío metal del arma.
-Vas a vivir, pero vos y
yo vamos a quedar a mano.
El disparo daría en su
columna, destrozándola. La bala hizo contacto total con la médula, las
sensaciones corrieron de su espalda a hombros y cuello y luego a cabeza. Antes
de que Arnaud pudiese cobrar fuerzas para gritar con todas sus fuerzas por el
disparo. Walter disparó un tercer tiro a la altura de su columna nuevamente,
seis vertebras más arriba. Asegurandose de que Arnaud ya no caminase más.
Tras eso. Walter suspiró aliviado, mientras escuchaba los gritos de agonía de su presa, quien soltaba espasmos musculares de dolor y se cubría de sangre a sí mismo, caminó hasta la ventana de la habitación, abrió la misma y contempló con una tersa sonrisa el pavimento de dos pisos abajo.
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