CUENTO 8: Etereo
Etéreo
Se hacían ya las tres de la noche,
el dj había puesto una música más ochentera para descontracturar de tanta
cumbia. Entre pequeñas flexiones y movimientos de hombros Tony disfrutaba
sacando a bailar una chica rubia de ojos claros, Andrea, amiga de él y de Gabi,
su mejor amigo.
Tony alzó la mano de Andre y la hizo
girar como una princesa dentro de una caja sonidista desde la punta de sus
dedos, al volverse a él de nuevo, se atraían y se alejaban con las manos
aferradas el uno del otro, ida y vuelta. Cuando de repente el ambiente se corta
por un cambio repentino en el rostro de ella.
-Eh, Tony, ¿Dónde va Gabi?
Éste giró su cabeza, observó por
encima de su hombro la silueta de Gabi dirigiéndose a la salida.
-Ha estado raro últimamente –
Expreso manteniendo su mirada en él, soltó un bufido de frustración,
últimamente Gabriel no era el mismo, y todos en la escuela se daban cuenta,
aunque hacían caso omiso de eso. –Cada vez está peor.
-Tony…
Tony llevó su cabeza nuevamente a
ella de una forma desganada, como dejándose llevar por su cuello. – Lo se… - Se
sentía muy bobo al pensar en eso, pero le era inevitable, se llevó las manos al
flequillo y se lo tiró hacia atrás, intentando airear sus ideas. – Es solo que
se está volviendo más agotador de lo normal, lleva demasiado tiempo así.
Andrea le asesta un golpe en el
pecho al instante. Con cierto cariño, el
suficiente como para no partirle el pecho.
-¡Au!, ¿Qué haces?
-Hacerte olvidar del peso que te da
ayudar a tu mejor amigo – Sonrió y alzó las cejas, como intentando hacer más
positivo el ambiente. Pero Tony aún así seguía con la cabeza en las nubes.
-Mira Tony, es solo un tiempo – Insistió.
Ella puso su suave mano encima de su hombro mientras éste le dedicaba un
semblante desesperanzador – No pasará nada... Está… Simplemente pasando una
mala racha. Te necesita a tu lado, como en años anteriores.
-Lo se pero… ¿y si en realidad tiene
alguna especie de depresión? – Al decir esas palabras ambos sintieron la
tensión de aquella palabra, sin duda sentían mucho miedo de que eso le pasase a
alguno de ellos - Quiero decir… No se si fuese capaz de entregarme a él lo
suficiente como para ayudarle.
Ella cortó en seco la conversación
con un manotazo a mano abierta en su mejilla. Esta vez con nulo “cariño”
-No digas eso tan a la ligera.
-Ambos sabemos que es la realidad.
-¿Y eso qué más da? Entiendo que no
te sientas capaz de ser lo suficiente para acompañarle, pero debes acompañarle,
no puede sentirse solo, y menos en ese momento.
Tony se había precipitado con sus
palabras, así que solo guardó silencio y le dio la razón limitándose a
expresarlo con una mueca. Lo siguiente era despedirse de todos en la fiesta y
alcanzar a Gabriel, quien ya había hecho cinco cuadras a su casa, aún
faltándole diez. Con lo que conllevaba eso, en tanto frío, un ventarrón que
revoleaba su cabellera color castaño claro y ondulado, y a aferrarse a él mismo
para intentar darse calor en el camino, ya que su camisa blanca de mangas
largas solo era un filtro de sensaciones.
Sensaciones ya conocidas…
Por suerte, unas luces llamarían su
atención, dándose media vuelta desde el torso vio con los ojos entrecerrados arribar
la llegada del carro de Tony.
Éste paró a un lado de él con la
ventana baja, su rostro le demostraba lo que le costaba hacer el sacrificio de
venirse a buscarle. Luego de unos momentos, se rompió el silencio.
-No quiero causarte problemas Tony,
pero deseo volverme a casa.
-Y me parece genial. – Tony cabeceó al aire para señalar el asiento del
conductor. – Te llevo, sube.
El camino fue silencioso. A Gabi se
lo veía totalmente pálido, con la cabeza recostada en el asiento y mirando con
la barbilla alta hacia fuera del carro. Parecía vérsele exhausto.
-Gabriel, sabes que es un barrio
complicado de camino a tu casa.
El mensaje llegó tarde, o se envió
tarde, luego de unos segundos donde solo resonaba el motor en aquella noche,
prosiguió la conversación.
-No quise causarte problemas,
dijiste que debíamos volver juntos. Pero honestamente se me había hecho larga
la noche. – Ultimó a esa frase con un suspiro.
Tony apretó el volante para intentar
reprimir el impulso de preguntar por su situación.
-¿Te cansó alguien dentro? –
Expresó, haciéndose el tonto, como si esta situación fuese pasajera. En el
fondo, ya sabía que esto venía desde hace semanas. Pero le temía al posible
enojo de su par. La idea era dejarle hablar.
-No, no necesariamente.
-¿Entonces?
Las calles estaban vacías, lo único
que sonaban junto con el pasar del carro eran los contenedores por los
indigentes que se esforzaban intentando buscar sus reservas para aquél otoño.
-Si te soy sincero, no sé. –
Respondió encogiendo los hombros. -¿Se me nota mucho?
Tony no pudo no premeditar las
palabras que saldrían de su boca, su mandíbula se dejó caer, como esperando a
que hablase. Gabriél había entendido esa expresión como afirmando su propia
pregunta.
-Mira, Gabriel. – Tony solo tuvo un
pequeño momento para ojear aquel hombre de ojos negros, vacíos. – Sabes que no
me molestas, pero preferiría que me lo comuniques la próxima. Si no fuese por
Andre no me habría dado cuenta de que te habías ido hoy.
-¿Y qué? – Su voz se tornó
desafiante.
De repente ante tal falta de
respeto, Tony paró el carro en seco.
-¿Eh?
-¿Y qué si no te lo digo? No quiero
que me tengan lástima. Parezco un discapacitado para todos ahora. – Él giró su
cabeza hacia Tony para juzgarlo de abajo hacia arriba con una mirada de
frustración – ¿Tú también haces esto por lástima? ¿El traerme?
-Gabriel…
-No quiero que me tengan lástima,
menos después de haber sido indiferente para toda la clase durante la mayor
parte de mi vida. – Insistió alzando cada vez más la voz.
-¿Eso piensas? Eres mi mejor amigo,
bobo. – Tony volanteó hacia un lado de
la calle para estacionar. Sin poder dejar de prestar atención a la postura de
hombros afligidos de su compañero. – Si crees que me molestas, estás totalmente equivocado.
-¡No, no estoy equivocado! – Su voz soltó
un gallo al principio.
-Gab.
-¡Yo mismo he analizado que no eres
el mismo conmigo, ni siquiera te esfuerzas. Tus posturas, tu cara de compasión,
tu forma de hablarme como un niño pequeño, todo te delata! – Cuando parecía dar
una pausa para hablar, volvió a interrumpir, la tensión se sentía, y lo peor
era que el rechinar los dientes le mostraba a Tony que se venía lo peor. -
¡Santiago me dijo que estás exhausto de mí..! – Eso hizo que las cuencas de los
ojos de Tony se saliesen de rabia. - ¡Que estás cansado! – Una fuerte ola de
electricidad partió por cada pelo del cuerpo al escuchar todo eso.
-Gabriel ¿Me puedes escuchar un
momento?
-¿Piensas que yo lo que siento es
fácil? - Insistió
-¡No he dicho eso! – Esta vez con un
manotazo a la guantera se impuso Tony. -¡Soy tu amigo, y voy a estar contigo en
estos momentos! ¿Quién sería si no estuviese? – Él le empujó desde el hombro al
instante de terminar su línea, pero esto fue impulsivo. Al instante el temblor
de su mano le demostró su arrepentimiento.
-Lo sé, Tony. – Sin quitarle la
vista de encima, abrió la puerta del auto y se apeó del mismo. – Pero no me
sirve si en el proceso sientes que soy una molestia. Si para ti esto es un peso
como dicen. De verdad, aléjate. No te necesito.
-¡Dios mío, Gabriel, subite ya mismo
al auto! – Un portazo cortó todo tipo de posibilidad de conversación. - ¡LA
PUTA QUE LO PARIÓ A SANTI! –Esa, y mil maldiciones salieron de su boca más mientras golpeaba su propio regazo o su
guantera con toda la fuerza posible. Poco a poco su compañero se perdía en una
esquina al doblar por la vereda de la vista de Tony.
En medio del baile Tony no dudó en
pagar entrada para cobrar decencia a Santiago. – Hijo de puta – Exclamó. Cuando
Santi pudo darse cuenta que se dirigía a él tal insulto, no logró reaccionar a
tiempo ante la mano de su par quien le agarró del cuello y le embistió contra
la pared mientras todos se abrían paso a alrededor de la pelea y una chica
chillaba de susto alertando a los demás sobre su estado de cólera.
-¿Qué mierda te pasa? – En su rostro
se le notaba terror a Santiago por el repentino agarre, se intentó sacar la
mano de encima zamarreándola pero solo se la pudo quitar de encima una vez la
otra mano se dirigió a su mejilla, haciéndole temblar la cara del puñetazo y cayendo
desplomado a un lado.
-¿¡Qué qué mierda me pasa!? ¡A vos
qué carajo te pasa! – Dos amigos de Tony saltaron a recogerle de los hombros y
a echarlo hacia atrás. Andrea se apareció frente a su rostro para calmarle
apoyando las palmas en sus sienes para que se centrase solamente en ella y nada
más.
-Eh, Tony, ya está bien. – Expresó
ella, con aparente síntoma de cansancio.
-¡Ese hijo de puta habló mal de mí
frente a Gabi! ¡Que tenga huevos de decir las cosas!
-¡Deja de alterarte, tenes que irte
a casa Tony, ya está, le has dado su merecido! – Todas esas palabras se hacían
sordas en él mientras era tirado hacia atrás desde sus costados por otro chico
y otro que le empujaba junto con Andrea hacia la salida. Pero sus ojos no
dejaban de ver a Santiago. No se despegaban ni un segundo de él. Bajó la barbilla y rechinó sus dientes al darse
cuenta de que éste se incorporaba poco a poco con ayuda de otros del suelo.
Poco a poco esa imagen se perdió con
uno de sus amigos dándole totalmente la vuelta a su cuerpo haciéndole apuntar a
la salida de la fiesta.
Al final, de los tres, solo Andrea
salió a acompañarle.
-¡Pues quédense dentro, idiotas! –
Expresó ella levantando el dedo mayor mientras iba en reversa.
Una vez sus tacones tocaron la
vereda, giró directamente a Tony para dedicarle un rostro de furia -¡Estúpido!
¿¡Cómo vas a montar una escena así en el cumpleaños de…!?- Su brazo que se extendía para recalcarle
donde estaban y la importancia del cumpleaños de su amiga, bajó poco a poco
junto con el aumento de su arrepentimiento, al ver el rostro de Tony arrugado y
con lagrimas borboteando mientras intentaba mantenerse serio y fuerte, o al
menos así lo hacía notar el hecho de que se guardaba orgullosamente las ganas
de quebrar por completo. Al ver a Andrea totalmente atónita viéndole tan
vulnerable, él se tapó con el antebrazo.
-Andrea yo también quiero ver bien a
Gabriel. ¿Por qué todos me echan la culpa? – Soltó con impotencia.
Ella se sentía aplacada, sus manos
comenzaron a temblarle y con suavidad bajó el brazo de Tony y le rodeó los
hombros en un abrazo. Había visto a un Tony inerme. Totalmente destrozado como
nunca lo había visto antes.
-Soy el único que intenta ayudarlo,
¿y esto es lo que recibo a cambio? – Gabriel no era muy allegado a sus
compañeros. Siempre se mostraba entre la multitud como una mancha más entre la
gama de colores de gente del colegio. Era como un fantasma. Y Tony parecía ser
el único que veía a Gabriel entre tantos como uno de ellos.
Andrea espontáneamente sintió la
necesidad de abrazarle, nunca había visto a Tony llorar, por lo general se lo
veía fuerte, pero verlo tán tembloroso hizo que incluso ella se contagiase de
sus lágrimas.
…
-¡Auch!, mamá.
-Tony, ¿De verdad crees que era tán
necesario darle semejante puñetazo a Santiago? – Su madre le había puesto
alcohol en la mano y ahora estaba vendando las heridas de su nudillo.
-¡Obvio! – Expresó rodeando los
ojos, mientras su madre como castigo por la respuesta rodeaba con fuerza su
mano con otros centímetros de bendas blancas que pronto se colorarían en rojo.
-¡Au! ¿Qué haces?
-Respuesta incorrecta. Santiago
siempre habla mal de todos, debes dejarle estar. ¡Santo dios! ¿De verdad solo
diste un puñetazo?, tenes hecha bolsa la mano.
Ante la ultima frase de su madre
puso los ojos en blanco, era la tercera vez que se lo preguntaba ese día -Mamá,
sabes que él nunca habló en su vida con Gab, - ¿Por qué carajos ahora?
-Porque es una persona que le gusta
hacer daño, como tantas de las que hay en el mundo – Expresó completamente impávida,
como si un mundo de desgracias mostrasen su experiencia en su rostro.
Tony se quedó en silencio unos
momentos – Mamá, no soy como vos. Disculpame si vos ves bien no reaccionar, yo
también. Pero no me puedo permitir que Gabriel desconfíe de mí, no ahora.
-Bueno… - Ella hizo una pausa
mientras embolsaba por dentro de la atadura el resto de la venda de Tony – Él
ahora sabrá que le diste un puñetazo por ello.
Tony sonrió, parecía haber
convencido a su madre.
-Pero no sabrá que no le sientes
como un peso.
Al final, ella tenía razón, por lo
que Tony era ahora quien había sido convencido
-¿Y qué hago?
Su rostro preocupado hacía a su
madre le hizo a ella sentir compasión. Ésta acarició su pelo para acomodárselo
y luego bajó hasta su mentón para acariciarle la mejilla. – Hijo, tienes que
perder ese orgullo y decirle lo que realmente sientes. No… de hecho… - Ella
agitó su cabeza varias veces. – Rectifico: Debes demostrarle, lo que realmente
sientes.
-¿Pero cómo?
-Ahí está el problema. No debes
preguntármelo a mí. Tienes que ser auténtico, yo se que puedes – Su madre
esbozó una última sonrisa tierna antes de ponerse completamente de pie. – Se
cuánto quieres a ese chico, pero el que debe saber cuánto lo quieres, es él
mismo.
En la escuela no esperó ni un solo
momento para interceptarlo, sabía que no podía permitirse perderlo, no ese día.
Tony se puso histérico con un
bolígrafo en la mano, lo golpeaba contra la mesa como si fuese un palillo de
batería mientras esperaba a que la clase termine para poder ir a buscar a su
compañero a la salida de la escuela. Sin duda quería arreglar ese problema que
no pidió y que le propició Santiago. Durante toda la tarde escolar no dirigió
más que un par de palabras concisas y sin contenido importante a Andrea.
El timbre sonó y fue el primero que
dejó la clase, como nunca lo había hecho en todo el año por su pereza a untar
sus cosas. Calzó su mochila y salió disparado del aula al instante, dejando a
miradas lejanas a su compañera. Quien se mostraba preocupada por él.
Entre la multitud, Tony buscó a
aquél chico, aquél chico fantasma. Aquél que parecía ser intangible para todos
allí menos para él. Quería de verdad cerrar el círculo de la culpa que le había
generado el no poder descargarse. Quería remediar la pelea de la noche
anterior.
Luego de ojear de lado a lado a la
multitud de gente, consiguió dar con él. Un poco exhaltado se dirigió hacia él
a pasos apurados, aferrando sus manos con fuerza a los brazos de la mochila
para liberar tensión.
Gabriel sin duda se veía apabullado,
sus ojeras parecían dos cuencos negros. A juzgar por su pelo, las fuerzas de
sus delgados brazos no tuvieron la
valentía de acomodar su imagen. Se lo veía pálido, encogido, miserable. Ojeando
a las demás personas, mientras se inflaba el pecho y soltaba todo con un
alarido de desesperanza.
Estaba destrozado.
Y eso terminaba destruyendo aún más
a Tony.
En un momento, él se paró en seco a
metros de su amigo. Dubitativo.
¿Qué iba a hacer exactamente? Solo
estaba destrozando aún más a Gab con
cada paso que hacía hacia él. Sus puños se apretaban con fervor, miedo, y su
compasión los hacía abrir de nuevo.
Sin embargo al instante perdió el
miedo. No podía dejarlo, de hecho, no había otra alternativa para él más que
acompañarle. Debía estar con él, costase lo que costase, debía volver a darle
cuerpo a ese etéreo fantasma que se había convertido.
-Hey, Gab. – Expresó una vez logró
acercarse lo suficiente.
Gabriel solo giró su torso y le
expresó una mirada confundida, pero que luego recobró un sentido de
indiferencia. -¿Sí?
Ahí estaba el problema, Tony estaba
en blanco. Solo podía improvisar ante él, pero parecían sus palabras
borrárseles al ver ese rostro alargado, frío, y desahuciado.
Apretó su mandíbula y solo decidió
mirar hacia abajo, su intensa mirada le molestaba, le inhibía completamente.
-¿Estás… Bien? – Preguntó
confundido.
-No… - Soltó Tony con gran volumen,
el suficiente como para que lo tomase por sorpresa. – Gabriel – Levantó su
mirada una vez más, ahora con los labios apretados para aguantar, y el pecho lo
suficientemente cerrado como para que su voz saliese distorsionada en agudos. –
Me preocupas, de verdad.
Gabriel echó mirada a un lado, y
luego giró su torso nuevamente hacia el
punto de salida. Sin decir una palabra, después de unos segundos de silencio,
emprendió viaje.
-¡Sé que no estás bien, Gabriel! ¡No
eres el mismo hace tiempo! – De repente, el paso se detuvo, y ante tal acción,
Tony decidió acercarse a él. – Necesito ayudarte. No puedo verte así. – Su voz
se desquebrajaba cada vez más, el corazón parecía cobrar el mismo color que el
de su par. – Hemos… pasado tantas cosas juntos que no puedo ignorar el hecho de
que estás mal.
Ante el silencio, Tony apostó a
ponerse de frente a él, quien ahora parecía frustrado por su insistencia. –
Gabriel…
-Mira, si no puedes aceptar quien
soy ahora, es mejor que te vayas. – Interrumpió, alzando su voz lo suficiente
como para tomar el rol activo de la conversación - Hace rato soy otra persona,
peor, o mejor, no me interesa… Pero si eso te hace un peso…– Agregó con cierto
tono dubitativo. Su rostro demostraba que lo que decía…
- No es cierto, Gabriel – Las manos
de Tony fueron a sus hombros, su mirada se clavó llena de lágrimas, su
entrecejo se fruncía y su mandíbula temblequeaba lo suficiente como para que
Gabriel cediese la conversación ante tal imagen de tristeza que esbozaba. – No
eres así – Negó. – Eres mi mejor amigo, te conozco… - Tuvo que hacer una pausa,
para evitar quebrar en llanto. Él se mordió el labio superior, mientras se
secaba las lágrimas, con su amigo expectante. Aún, sin mostrar siquiera una
sola pizca de humanidad en él. – Te conozco tanto que no puedo evitar sentirme
mal por verte así. Lo de Santiago no es cierto, lo juro. No podría dejarte
varado, no podría estar… De brazos cruzados viendo cómo te apagas – Se tornaba
rabia en sus últimas palabras, en el fondo Tony deseaba compartir un poco de
esa bronca que contenía en el interior su compañero. Deseaba sacrificarse, en
pos de compartir el mal tiempo con él, para poder ser más ameno su sufrimiento.
Deseaba que él pudiese sonreír como no lo venía haciendo durante meses. – Veo
como ya no hablas con nadie, no disfrutas, no te apasiona cantar, no te
apasiona escribir como lo hacíamos antes. No me pidas que no esté contigo hasta
el hartazgo porque solo lo que haría haciendo eso sería realmente sentirme un
egoísta.
Gabriel no pudo dejar su mandíbula
en su lugar al escucharle. Parecía poco a poco ceder ante las palabras de su
amigo, pese a que se mantenía impávido.
-Por favor, Gabriel. Tienes que
creerme – Los ojos brillosos de Tony no podían menos que mostrar un mundo. En
él, su brillo reflejaba el rostro de Gabriel mismo. Quien ahora parecía
sentirse peor por lo que hacía. – ¿Sabes cual es mi verdadera carga, Gabriel? –
Antes de poder soltar lo que tenía para decir, de forma repentina bajó las
manos de sus hombros y dirigió ambas en oficio de levantar la manga del buzo de
su compañero. Quien por el movimiento se exhalto, sintiéndose como un
delincuente que había sido descubierto in fraganti.
Pero todo eso, a Tony no le
sorprendió. – Mi verdadera carga… Es no poder estar para sanar tus marcas a
tiempo.
Gabriél le empujó rápidamente con
una mano en su pecho, desplazándolo dos metros atrás en un tambaleo. Un
tambaleo donde Tony pudo ver el verdadero rostro de la desesperación, de la
búsqueda de ayuda, de la desesperanza, y de todas las luchas internas que
combatía su par. Todas exteriorizadas como un acto de defensa.
Es irónico, ambos parecían tener el
mismo rostro, ladeado, de dientes mostrados, jadeando para aguantar el llanto
que se expresaba por los bordes de sus ojos. La lucha no era de uno ahora, sino
de ambos.
Tony dio un paso adelante, y luego
otro, lentamente, para luego extender sus brazos por debajo de sus axilas y
abrazarle con toda la fuerza que restaba. Mientras sentía paz al sentir como
las lágrimas caían en su espalda lentamente. Había tenido significado lo que
había hecho.
Poco a poco, pudo soltar todo lo que
tenía dentro su amigo. Quien se aferró a su remera en un abrazo donde su llanto
terminó por tomar autonomía de su cuerpo.
El mundo alrededor de ellos se hizo
secundario. Solo pasaban alrededor de ambos imágenes, imágenes de los mejores
momentos que los contenía a ellos. De cada complicidad, chisme, chiste,
cerveza, luz; de cada pesca al aire libre. De cada canción que sus bohemias
cabezas habían forjado.
De cada abrazo de brazo por encima
de hombros, de cada contemplación de su mundo, un mundo inentendible e
inexplicable para nadie más que para ellos dos.
Se sentía bien por fin ganar una
batalla.
Parecía que podían luchar juntos,
ser un equipo. Pelear contra esas arañas que oscurecían su alma, que la teñían
de pinturas de colores grisáceos.
…
Pero Gabriel insistía en no querer
que en su propia lucha muriesen aliados.
-¡Gabriel!
De repente él decidió darle lado sin
ninguna explicación y salir corriendo, con la cabeza baja, mientras dejaba
atrás a Tony quien no pudo controlar el cerrar de sus rodillas, cayendo al
suelo totalmente devastado.– No quiero… No quiero dejarte pelear solo… -
Expresó para sus adentros.
Pasaron dos días de aquello, a
Gabriél se lo hacía saber la alarma de la mesada, que había sonado hacía ya
horas, pero él decidió ausentar por hoy sus actividades.
Era imposible pensar en hacerlas, su
cama parecía retraerlo, ni siquiera tenía ganas de usar el celular. Solo
mantenerse ahí, mientras la cortina bailaba por el viento que entraba,
haciéndola levantarse.
Era cansador sentir que nada tenía
sentido para Gabriel. Sus ojos veían, pero en el fondo solo las imaginaciones
de su cabeza aparecían como imágenes “reales”, lo demás solo era decorado.
Intentó levantarse, pero se mareaba
al incorporarse.
Pese a eso decidió levantar cabeza.
Cerró la ventana, bajando así la cortina, recorrió su cama y fue directamente
al baño a lavarse la cara. Se apoyó en la bacha con sus manos y agarrando con
sus dedos la punta de la manga de la polera usó ésta para poder limpiar el
espejo sucio y descuidado.
No solo el vidrio del espejo, sino
la imagen, su imagen, se veía miserable.
Sus ojeras eran grandes, sus pómulos
se hacían notar después de haber perdido tanto peso anteriormente. Su tez era
pálida e incluso se le notaba resequedad en sus labios. Su pelo estaba más
despeinado que nunca, lo que complementó como única forma de arreglar su imagen
una gorra negra.
Intentó acomodar ciertos pelos
rebeldes que sobresalían de su gorra, pero era imposible. Sin embargo, no iba a
bañarse aquel mediodía. Aún tenía que cocinar, y venía comiendo lo mismo hacía
tres días. Ya que detestaba la idea de quedarse mucho tiempo cocinando.
Había perdido las ganas de cualquier
cosa que sus ojos detectasen.
De repente, un golpe en una puerta
lo tomó por sorpresa. Expresó cierta mirada desganada pero de asco a su imagen,
y lo que hizo para enmendarla era acomodarse mas baja la visera de la gorra
antes de ir a abrir.
Bajó sus escalones, con los pies
desnudos, y se acomodó aquella polera cruzada mal arreglada que llevaba. A la
vez que se sacaba hacia fuera la camiseta de algunas bordes que se habían
metido en su joggin.
Abriendo su puerta encontró a Tony,
con una media sonrisa lo más sensata que pudo. Con sus manos detrás de su
espalda y con una mirada que expresaba claramente que no iba a moverse de allí.
-¿Tenés algún plan hoy?
Él negó con la cabeza. Sin expresar
nada.
A su respuesta, Tony sacó debajo de
la manga (mejor dicho, detrás de su espalda) una bolsa de restauran, con la
estampa de una hamburguesa.
-Tiene esa cosa rara que vos le
pones… ¿Cómo se llama?
-Beacon. –Completó, con un resoplido
de risa.
-Beacon, eso.
Gabriel solo ladeo hacia sus
costados varias veces su cabeza. Y luego le señaló con su hombro que entrase.
-¿Vas a pasar?
-Voy a quedarme.
Esa frase, mostró sinceridad en sus
palabras, calidez, compañerismo, todo lo
que forjaba Tony era lo que demostraba en el gesto de venir a visitarle.
Necesitaba ser acompañado. Más en estos momentos en donde sus días parecían ser
una tertulia.
En donde cada vez se sentía más
etéreo. En donde cada vez, se sentía más enajenado de sí.
Dedicándole una sonrisa, y una
lágrima intrusa que salió sin su permiso. Gabi le dio una pequeña palmadita por
detrás de la cabeza a su amigo y lo empujó hacia dentro mientras le acompañaba
rodeándole con su brazo.
Tony pasó la tarde, y la noche con
él. Pero no se quedó en su casa, se fue con él, fuera. Hacia el mundo exterior.
Hacia los muelles a ver las
diferentes cosas que vendían en las muestras de ventas, donde Tony se había
comprado varias cosas y Gabriel al no sentirse seguro de hacerlo porque
escaseaba de dinero solo se quedó expectante. Tony se dio el lujo de regalarle
un vaso grande para tomar cerveza. El mismo tenía una estampa del club de su
banda. “Velet”.
Se dirigieron luego al parque de la
ciudad a merendar, o mejor dicho a beber. Hicieron previa con una cerveza para
esperar el estreno de una película de terror que pronto se iba a plasmar en el cine
que estaba al frente de aquel parque. Película donde Gabriel se la pasó a las
risotadas mientras Tony se horrorizaba por la sangre y la tétrica aura de la
película de un payaso caníbal.
Entre tanto, lo tranquilizaba el
hecho de que parecía que, al menos por ese momento, los monstruos dentro de
Gabriel eran trasladados a la pantalla grande.
Y en esa pausa de contemplarlo tan
feliz y distraído de sus problemas como nunca, lógicamente bajó la guardia que
venía teniendo para evitar sustos y, tras un fuerte y estruendoso grito del
monstruo que aparecía repentinamente en la película, sumado al sonido
envolvente del cine, Tony soltó un alarido espantado acompañado de un salto
sobre su asiento que del arrebato avisó a Gabriel del susto indisimulable de su
compañero, sin piedad empezó a mofarse de él como lo hacía en los viejos
tiempos.
Por último quedaba un viaje a un
cerro a las afueras de la ciudad para dar paz a los oídos por la ciudad. El
cerro constaba de una punta de caída libre a una playa. Ambos estaban sentados
con los pies colgando, reclinados hacia atrás mientras observaban las
estrellas. Las únicas que iluminaban el sitio. Era tan alejado de todo que
parecían ser parte de una galaxia propia por cómo se manifestaban producto de
la ausencia de luz.
Gabriel empezó a reírse levemente,
mientras cortaba con el silencio
-Necesitaba esto... qué ironía…
-Yo también lo necesitaba.
-¿Te acuerdas cuando caíste por esta
caída?
-Cómo olvidarlo…
-Casi te matás.
-Imaginate lo que sería el mundo sin
mí. – Tony comenzó a reírse de su propio chiste, pero Gabriel solo pudo dedicarle
una sonrisa forzada que cambiaría la expresión de este primero. – Gabriel…
-Es una estupidez que me vino en la
cabeza, fue gracioso lo que dijiste, no malinterpretes, el tarado soy yo.
Tony se limitó a responder con una
palmadita en la espalda – Eh, Gab – Tony detuvo su frase hasta que éste recibió
su atención. – No te voy a dejar solo. – Negó, con una de las expresiones más
sinceras que un ser humano pueda dedicarle a otro. – Y sé que soy muy malo con
las palabras, o con los momentos. Quizá solo esperes mejores palabras, quizá y
la cago con esto de intentar ayudarte. No lo sé.
-Tony creeme que no tienes la culpa.
-No, no, espera – Interrumpió. –
Quizá jamás sepa lo que es estar en tus zapatos, pero… Quiero decirte que
aunque no sea bueno con las palabras, no me importaría escucharte todo el día.
– Tony dio un tiempo de respuesta para Gabriel, pero éste simplemente se limitó
a asentir, y a darle él también unas palmadas en la espalda.
-Prometo prometo acompañarte lo que
sea necesario. ¿Sí?
-Tony.
-¿Sí?
-Sos un buen tipo, nunca lo dudes.
Esas palabras entraron como lanza en
Tony. Si bien todo este tiempo había intentado darle palabras de ánimo a
Gabriel. Recibir una de éstas pareció un baldazo de agua fría para él.
¿Será así como se sentía él cuando
alguien le mostraba afecto?
-Deja de mirarme como idiota y ven
acá. – Gabriel lo atrajo con el brazo y aprovechó para volver a las buenas
vibras raspándole la cabeza con los nudillos del brazo alterno.
Gabriel por fin veía las cosas más a
largo plazo.
Gabriel por fin veía esperanza.
Gabriel por fin entendía que no era
tarde. No… Mejor dicho.
Que jamás era tarde para ver la luz.
-¡Mamá, llegué! – Expresó Tony
apenas abrió la puerta de su casa. Él se dirigió hacia la cocina, donde encima
de la mesa de la misma dejó la mochila a un lado para abrirla mientras
escuchaba a su madre en la zona del lavadero.
-¿Dónde estuviste? ¡Ya son las nueve
de la noche!
Tony abrió la cremallera de la
mochila y de ella sacó un libro que le había regalado Andrea en su visita -Fui
a tomar algo con Andrea. – El libro era el Aleph, de Borges, pese a que nunca
había leído uno de él, se tomaría el lujo después de un par de semanas de no
haber leído nada por los estudios. – Me regaló un libro, quizá te sirva para
perder esa adicción que tienes a las novelas turcas. – A continuación, palpó
con su mano dentro de la mochila, buscando entre los libros de la escuela el
celular
-Ja, ja, que gracioso. – Expresó con
ironía su madre.
-En serio mamá, hay muchas series
que tú te estás negando a ver, ¿Cuánto tiempo más vas a tener de vida para
gastar en semejantes obras de arte?
Su madre ante ser tratada de vieja
se apareció indignada desde una puerta con el ceño fruncido. – Uno: Vieja tu
abuela. Y dos: Yo me divierto con esas novelas.- Por fin Tony había dado con el celular, al
sacarlo de la mochila vió en la entrada del celular un par de notificaciones
que le agarraron por sorpresa. – Son muy lindas esas historias, además, nunca
me enseñaste a usar esa plataforma rara que usas.
Tony ignoró cualquier palabra que
habría dicho su madre. Con el seño fruncido y cierta ansiedad, puso la
contraseña de su celular. Su calor corporal aumentó más al ver que las
notificaciones eran de Gabriel. Lo cual le daba una mala espina.
De repente al leer lo que decían sus
mensajes en su chat, su cuerpo comenzó a temblar, y sus pulsaciones explotaron.
Un sonido agudo y apunado pasó por sus orejas, un sonido de ansiedad y terror
tras esos mensajes que Gabriél había enviado hacía quince minutos.
“Tony, debes venir”
“No puedo más”
“Por favor ayúdame”
Sus ojos se abrieron de par en par y
una lágrima saltó de él mientras esprintaba hacia la puerta.
Al salir, no tomó el auto, su casa
estaba a dos cuadras de la de su amigo. Él solo decidió correr con todas las
fuerzas que le quedaban, con su pecho a punto de asfixiarle y con sus lágrimas
cegándole la cara siguió sin parar. Sus piernas le hacían tambalear, pues su
autonomía se las había compartido a su terror y a su intriga por saber el
estado de su amigo.
Subió los escalones del porche, y
sin tocar abrió la puerta.
-¡GABRIEL!
Revisó con una ojeada rápida todos
los rincones de la pequeña casa, sin suerte alguna, aunque tampoco esperaba que
estuviese ahí.
-¡GABRIÉL RESPÓNDEME POR FAVOR!
Tony subió los escalones hasta el
segundo piso y se dirigió por el pasillo a la puerta de la habitación.
Rápidamente abrió esta haciéndola chocar con estruendo contra la propia pared.
La escena lo destruyó por completo.
Sus pupilas se hicieron diminutas
ante la escena. Su cuerpo quedó paralizado varios segundos. Pero sus lágrimas
no esperaron para esparcirse por su rostro como si fuese un bombeo de agua. Su
rostro se arrugó poco a poco e instintivamente soltó un grito que hizo daño a
su garganta y pecho.
Gabriel estaba tendido en el suelo,
con su antebrazo al rojo vivo. Su rostro tenía manchas de ésta sangre, su ropa
también tenía manchas rojas en puntos aleatorios cercanos a su brazo.
Había muerto desangrado. Y su arma del
crimen estaba al lado de él, sus cortes se habían hecho con una máquina de
afeitar, que yacía al lado de su mano dañada
Tony solo se pudo arrodillar,
observó el rostro de su amigo, el cual era tapado ya por su propio pelo, sucio,
enmarañado, totalmente desarreglado, totalmente miserable...
Pero con una expresión de paz, de
haberse desvanecido poco a poco.
Como si estuviera orgulloso por
haber terminado la batalla.
Él entrelazó sus manos por detrás de
su pelo, y levantó su cabeza. Intentó sentir su pecho, puso el oído en él, pero
no logró obtener nada más que certezas de que su mejor amigo ya no estaba.
Era totalmente etereo.
Ante tal destino Tony se enemistó
con el mundo. Con su crueldad. Gabriel no le había hecho nada a nadie. Para él,
su amigo no merecía haber tenido este destino, no después de la noche anterior.
Solo podía sentir rabia, impotencia
y odio al destino.
Y culpa... Mucha culpa. A punto que
le consumía la cabeza una frase que dejó atrás su última confesión a Gabriel.
“Mi verdadera carga… Es no poder estar para sanar tus marcas a tiempo.”
Sentía que había fallado… Su cabeza le
reprochaba que haya incumplido, y su castigo era la carga de aquello que no
pudo cumplir.
Y que mal tipo es el destino, quien
pareciera no elegir al azar a quien hacerle daño en esta vida. Qué ingrato es
el destino, egoísta como oficio, que destrozó a más de uno destrozando a una
sola persona, entre ellos, Tony, quien no podía aceptar aún viéndole, el hecho
de que ya no podría abrazar a su mejor amigo por mucho tiempo más. Ese espació
de memoria que significaba Gabriel, que antes ocupaba gran parte de su vida, ya
no reproducirá más momentos en su mente. Ya no podrá generar más momentos con
él. Solo conformarse con sus recuerdos.
Solo conformarse con su última
sonrisa. Solo conformarse con haber sido una parte ya pasajera que jamás verá,
que jamás podrá contactar, escuchar, sentir...
Y mientras sus manos fueron
aferrándose cada vez más, y su mandíbula se apretaba con fuerte tensión. En su
egoísmo solo tenía pasando en su cabeza una sola cosa. Una cosa importantísima
para evitar que la culpa lo colmase. Una cosa importantísima para que él
pudiese seguir adelante…
“Gabriel… me gustaría saber si al antes
de hacer esto has pensado en mí”
Lo que encontró en la otra mano de
Gabriel, que caía suavemente entre los dedos al Tony levantar su torso del
suelo era nada más ni nada menos que una hoja de carpeta plegada como una
carta. Al ver lo que decía en su dorso, su rabia se convirtió en una imagen
impávida de sí. Como si ya nada tuviese sentido. Como si los mecanismos de sus
emociones desapareciesen para dejarlos a él, y a su amigos solos, sin nada que
les impidiese comunicarse simbólicamente una última vez. Sin las emociones
impulsivas de Tony, y sin los fantasmas
depresivos de su compañero.
La carta, iba dirigida a él. Con una
mano, sin dejar de sostener a su compañero ni un segundo con la otra, abrió la carta. Una nota garabateada de manera arrebatada y temblorosa le daba
indicios de que su muerte ni siquiera fue premeditada, o lo que es peor.
Intencional.
“Jamás dejaré de pensarte, amigo
mío”
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