CUENTO 7: Lorient

 

LORIENT

Alfredo “Alfre” Schar, fotógrafo, 7 de septiembre del año 2009

Alfredo Schar y Nuria Rousseau eran una pareja de jóvenes emprendedores de la fotografía, ambos se habían conocido de tal rubro en una convención en la ciudad donde ellos ahora vivían: Lorient. 

Alfredo, "Alfre" Schar, conocido más bien por ser el hijo de inmigrantes argentinos, se mudó a Lorient para ganarse el pan. Descubrió su afición más grande: la fotografía; Cazar imágenes, sonrisas, y momentos inolvidables para franceses y turistas en el puerto. Lo mismo hacía Nuria quien, más temprana haciéndolo y más talentosa para ello, la llevó a conseguir un puesto en el club de futbol de la ciudad como fotógrafa y por lo tanto parte importante de la imagen del equipo.

Aquí comienza la historia cúlmine de esta pareja. Un siete de septiembre de 2009, Nuria recibe la oportunidad de su vida: Viajar por el mundo haciendo lo que mejor sabía hacer durante un puñado de meses.

Al llegar a su casa, Nuria es bien recibida por un Alfredo totalmente conmocionado y jubiloso, casi tanto como ella. Ambos se abrazan en conjunto con un grito de alegría tras enterarse de que ella logró ese cargo tan importante con el que soñaba. Alfredo la alza y la lleva girando a la par que daba pequeños saltos hasta la cocina. Donde antes de bajarla, en un último salto él se choca la cabeza contra el marco de la entrada, haciendo soltar carcajadas en su pareja. Esos momentos en los que triunfa el esfuerzo sacan lo más loco de uno,  Alfred no se quedó atrás, pese a que el golpe le aturdió, aún sobándose la cabeza con ambas manos sobre el lugar del golpe él tampoco reprimió reírse de su torpeza.

Nuria luego de dedicarle una sonrisa de labios rojos y blancos dientes desvió su atención a la mesa de la cocina. Allí vió un regalo por parte de su novio: Fideos a la bolognesa en un plato, una copa de vino y una caja de zapatos en el medio de la mesa que fue lo que más le llamó la atención. Quizá lo hacía por la poca armonía que tenía junto con los demás objetos encima de la mesa.

-No conseguí envoltorio. Así que... Tuve que usar lo que tenía a mano - Confesó vergonzoso por ese último detalle. Sin embargo, ella estaba endulzada tras la confesión. Le encantaba aquellos detallitos que él tenía - Lo... Lo siento. - Su rostro comenzó a tomar tintes colorados a los cuales ella respondió girándose y robándole un beso en la boca, dejándole marcado su pintalabios como sello de agradecimiento, el cual hizo que recobrase un poco más su confianza y su color blanco. 

-Me encanta el detalle. ¿Qué hay en la caja? - Con un ladeo de cabeza la señaló, y en ello él alzó las cejas varias veces como buscando ansiosa una respuesta inmediata para saciat su curiosidad - ¡Vamos, díme!

-¡Pues fijate tu misma!, no quiero joderte el regalo.

Ella achinó los ojos, como haciendo de detective, y sin quitarle la mirada abrió la caja, giró luego la vista, y dentro se encontraba un collar dorado con una esmeralda brillante como colgante, el cual la llevó a llevarse las manos a la cara. -¡ES HERMOSO!. Que... c-c-cu... ¿¡Cuánto te salió!?

Él se rascó la cabeza, estaba aún más abrumado tanto por el golpe en su cabeza como por la respuesta de su amada que solo pudo responder luego de un dubitativo silencio - Ahm... Como... Muchos euros.

Ella se abalanzó y le dió un abrazo, rodeando su cadera con ellos y acurrucándose en su pecho.

-Es hermoso, me encanta.

A Alfre' no le había sentado bien ese abrazo del todo. Sabía que  en un futuro próximo le serían escasos por un prolongado tiempo. Su pánico social le auguraba unos meses muy complicados sin ella como mástil importante de su vida. Serían seis meses en los que tendría que andar por las calles de Lorient valiéndose de su trabajo y de la televisión para poder entretenerse él mismo. Le costaba poder afrontar esa idea. Y mientras él imaginaba, ella, tras no ser correspondida con la misma emoción su abrazo, alzó su cabeza para expresarle lo que su semblante comunicaba por sí solo.

-No te sientas mal, solo será un tiempo, saldremos de vacaciones luego. ¿Sí?, intentaré llamarte todos los días. - Confesó, haciendo en él esas palabras el efecto de un dardo tranquilizante en su interior.

Él solo respondió asintiendo con una sonrisa muy forzada. -Tranquila, ya lo hemos hablado, quiero lo mejor para tí - Dijo sacudiendo los pelos castaños de la cabeza de Nuria de manera tierna.

-Se que lo sabes. Prometo llamarte cada que me libere, ¿sí?

Él volvió a asentir varias veces, apretó sus manos con un poco más de intensidad en el abrazo sobre el saco marrón que ella llevaba puesto.

-Ahora, - Ambos volvieron la mirada hacia la mesa - ¿te parece si comemos? Quiero probar todo aún mientras larga ese cálido olorcito, ¿sabes? 

-¡Oh, tienes razón! - Él la soltó de manera arrebatada y corrió hacia la mesada a buscar los cubiertos. - No quiero que pruebes frío todo esto.

Sin embargo pese a sus palabras, mientras cenaban, en la mente de Alfre' pasaba la incógnita sobre cómo mantenerla consigo. O cómo hacer que los viajes de Nuria se le hicieran más cortos y llevaderos

...

Llevó bien las primeras dos semanas, ambos se llamaban cada noche, ella le contaba sus viajes por toda Islandia, que pronto tendría otro vuelo hacia Alaska y que de ahí partirían a zonas del África. Algo que a él le asustaba, pues recordaba haber leído por ahí sobre las vastas endemias dentro de ese continente. Eso le ponía nervioso, sin embargo, ella le recalcaba que no iba a pasar nada, que el señor Von Lorsson, su jefe, le estaba cuidando muy bien.

Con estrechez de miras y a regañadientes, aunque ella no pudiese verle, Alfre' aceptaba, había algo que no le cuadraba de esa persona, sin embargo, nada podía hacer desde su posición, a miles de kilómetros de ella.

-¿Estás limpiando la casa? No es que no piense eso, pero... Nunca fuiste fanático de la limpieza.

-Tranquila, - Alfre puso a trabajar sus olores, un fuerte olor entre dulzón y fétido, que incluso con un poco más de suerte, podría hasta aflorar desde el telefono de su amada. - Digamos que "hay ciertos olores", aún no recogí la caja de la gata, pero no te preocupes. - Mintió.

-Mas te vale tonto lindo, no nos haría ver bien a nuestra imagen de futuros famosos una cosa de esas, ¿sabes?

-Lo sé.

-Hey...

Un silencio lo aplacó por completo, mientras con un bufido declaraba que ella prosiguiese. -¿Qué?

-Te amo.

-¡Dios!, pensé que... - Ella se reía ante la reacción nerviosa - Pensé que me estabas por parar el carro por algo, yo pensé... ¿Qué habré hecho?

-Eres un pan de dios, tonto, nunca podrías haber hecho nada. 

-Nunca te haria algo malo... - Replicó Alfre antes de colgar

Él una vez hacerlo, se dio media vuelta, se arremangó la camisa y volvió a la cocina a lavar los platos.  Ya harían casi cuatro meses de todo ello. Religiosamente ellos se llamaban el uno al otro todos los días sin falla, pero Nuria hacía dos que no atendía

Él, por su parte, todavía seguía apenado de hacer su monótona vida de fotógrafo, pocos centavos era los que conseguía, y por ello hacía una semana que no iba al puerto. Después de todo, Nuria había dicho que a ella le estaba yendo bien, por lo que poco se preocupaba. Cuando ella volviese, le ofrecería la idea de trabajar juntos, para él era una sorpresa que le parecía jugosa. Aunque, tenía bastante miedo en que ella se sintiese usada por tal propuesta.

No se había cortado el pelo en todo este tiempo, su pelo rojizo era ya más largo de lo normal, bastante más, parecía hasta vérsele un poco cabezón, Alfre nunca tuvo buena complexión física, por lo que tampoco le era agraciado esa apariencia, pero además, ahora estaba más delgado que nunca.

Ese día, limpiando los platos, se repitió a si mismo el nombre de aquél sujeto.

-Von Lorsson. Qué nombre estúpido.

Limpiando con la esponja, se le ocurrió llenar ésta de detergente, al punto que al apretarla, la misma soltase una espuma placentera, fue tal la fijación con esto que mientras limpiaba un plato apretó este último con mucha fuerza contra la esponja, como si pensase en Von Lorsson como alguien totalmente odiado por él. Alfre negaba que estuviese celoso sin embargo, diciéndoselo a él mismo.

De repente esta fuerza se descompensó, y el plato cayó partido dentro de la pileta del baño, sangrándole por completo la mano. - Mierda, mierda ¡Qué idiota!

Automáticamente, sacó un trapo con su mano sana, y se la rodeó en la que tenía herida. Esta tiño el trapo de tal forma que ya parecía ser parte de él. Se sentía inutil, y pronto su corazón comenzó a latir más rápido, teniendo que airearse de forma más intensa.

Alfredo decidió que lo mejor era preguntarle a Nuria como podía parar el sangrado. Él corrió hacia el teléfono, apretando su mano con el trapo contra su pecho, mientras dejaba gotas de sangre paso a paso en el piso. Recogió el tubo, y marcó con su índice el numero de ella, pero ésta no atendía en absoluto.

-¡Nuria, Nuria, Nuria! Atiende, ¡Dios! - Exclamó desesperado, mientras cortaba y volvía a llamar, cortaba y volvía a llamar, y así, una y otra vez.

Sus lagrimas empañaron sus ojos y su boca se tensó, se sentía totalmente un niño de cinco años. Su soledad ya no le permitía pensar bien, estaba solo en la casa y no tenía deseos de salir de ella. Así que luego de darle mil vueltas decidió sentarse, y se puso a pensar que "si vería la tele, me será más ameno el dolor que siento en mi mano ahora". Eso hizo, y se quedó allí horas, hasta que la luz de su casa se cortó por completo.

...

Luego de unos segundos viendo su reflejo en la televisión apagada, uno de sus parpados inferiores empezó a titilar - ¡Dios, qué mala suerte! - Se dijo a sí mismo. Y resopló con furia antes de levantarse. No era un apagón total, era un corte de luz de su propia casa, se dió cuenta que se había olvidado en estos días de pagar las facturas.

Al salir al balcón, las imágenes del río de Lorient le llevaron paz de alguna manera. Algunas luces tanto amarillas, como naranjas, como blancas... o incluso azules recorrían las veredas de la ciudad y reflejaban el río mejor que nunca. Una brisa fresca, pero no por ello molesta, le daba paz a su ser, como nunca lo había podido imaginar.

Ya se habían cumplido seis meses. Había podido vivir sin luz todo ese tiempo. Con la simple paz de la bella Lorient reflejada en sus ojos, él estaba encantado. De hecho, se propuso sacarle varias fotos durante cada hora del día, para luego mostrárselas a Nuria una vez volviese.

De repente el teléfono sonó. Haciendo que su pecho tiemble de alegría.

Corrió hacia el tubo marrón del telefono, era la última vez por el momento que éste inválido hombre iba a escuchar la música de la voz de su chica desde un teléfono.

O mejor dicho, era la última vez que escucharía desde ese teléfono su voz

-Eh, lindo.

-¡NURIA! - Gritó él a las risas con toda la emoción contenida, mientras su pecho le impedía hablar con normalidad, la emoción hacía que una voz aguda le saliese de dentro.

Estaban tocándole la puerta, pero él no prestaba atención, aún teniéndola al lado, Alfredo ni se molestó en ni siquiera echarle un ojo al ventanal de la parte superior de la puerta.

-¡Tranquilo, está todo bien, perdona por no llamarte estos últimos dos meses!

-Yo, yo... yo... - Él apoyó su cabeza contra la pared como autocastigo, y allí se quedó, pensativo, buscando las palabras exactas que usar. - Yo... Soy un idiota. Perdóname a mí.

-¿Y eso por qué? - Preguntó ella, mientras los golpes en la puerta se iban intensificando.

-Yo... me olvidé de pagar la tarifa de la luz y del agua, y... estos días me vinieron a cortar los suministros del gas... Soy un inutil.

-Eh, no te pongas así, lo resolveremos juntos. ¿Okey?

 Esta vez, un estruendo resonó en la puerta, como si fuese una patada. Alfredo seguía sin hacer caso ante la urgencia.

-¿Cuándo llegas?

-Te llamaré cuando llegue, ¿Estamos?

-Necesito saber cuando llegas...

"¡ABRE LA MALDITA PUERTA!"

-Te llamaré, cuando llegue. Estoy tomando el avión. 

Él se quedó en silencio unos segundos, no podía llevarle la contraria, esta vez, así que se limitó a simplemente asentir. 

-Confío en tí.

-Sé que esto no es tu culpa, ¿va?

Repentinamente la puerta se abrió con un aturdidor sonido por la embestida que uno de los policías había dado con el pie para romper su cerrojo. Alfredo no alcanzó a colgar el tubo esta vez antes de que dos ejecutivos policiales le pusiesen las manos encima.

-¿¡QUÉ HACEN!? ¡Dejenme hablar con Nuria, dejenme...! ¡Suéltenme ahora! - Miles de demás palabras salieron de su boca con tintes de odio. Mientras lo hacía, los mismos le tumbaron en el suelo sin ninguna compasión, haciéndo que el golpe le diese un corte en la cabeza.

Uno de estos policías se subió encima del sujeto, apoyándo sus rodillas sobre sus brazos y comenzó a darle bofetadas cada vez más fuertes -¡Sinverguenza! - Escuchó decir, la voz le sonaba de algun lado. - Hijo de perra. ¿¡QUÉ MIERDA HAS HECHO!? - El sujeto le dió tiempo a réplica, pero él solo usó esos segundos para divisar su rostro. Un rostro tapado por una barba naranja.

El sujeto tras el silencio prosiguió a atinarle dos bofetadas que le harían escupir sangre a sus lados. Pero Alfre aún así parecía hacerle caso omiso a las bofetadas. A continuación el policía tomó todas sus fuerzas para levantarle y ponerlo contra la pared nuevamente y apretujando su espalda sobre el teléfono por donde él habló con Nuria. 

Al tenerlo de frente reconoció su rostro por completo, tenía a Von Lorsson, hostigándole. Era claro: El sujeto era rubio, ojos celestes, barba casi pelirroja, y con su cara de desprecio y cólera. -¿Estás loco o qué?

-¿¡De qué hablas!? ¡Sueltame, asesino!

El sujeto quedó paralizado, sus ojos saltaron al escucharle ser llamado asesino. Su mandíbula tembló y al contarse tres segundos soltó un desgarrador grito grave al rostro de Alfredo, quien ahora estaba más confundido que nunca.

-¡ERES UN ENFERMO! - Tras esa declaración, Von Lorsson arremetió a su estomago y rostro, haciéndole volar tres dientes y resonando en su pecho un sonido como el de una rama quebrándose. Parecían ser sus costillas, pero otro sonido le aterraría aún más a Alfred.

La caída del tubo del teléfono.

Al teléfono se le había cortado el cable que comunicaba con el tubo. Al bajar la mirada, vio aquél objeto entre sus pies, y lo que hizo fue soltar un grito de profunda tristeza que inflaría las venas del cuello, un grito que se escuchó por toda la vecindad. Sus piernas se aflojaron, y no esperó más para soltar otro grito esta vez directamente con la cabeza levantada hacia el comisario que tenía en frente. -¿¡¡CÓMO MIERDA SABRÉ CUANDO VOLVERÁ NURIA A CASA AHORA!!?

Ante tal pregunta, el rostro de su ahora rival tembló por completo, sus ojos parecían querer salirse de sus órbitas y de repente volvió a arremeter contra Alfredo, esta vez apretándole el cuello con ambas manos y levantándole un poco del suelo. -¡NURIA ESTÁ MUERTA! ¡ESTÁ MUERTA ALFRE, MUERTA! -  Exclamó furioso entre dientes, para luego arremeter de nuevo contra la pared la cabeza del chico.

-¡TÚ LA ASESINASTE, ANIMAL, MATASTE A MI HIJA! - Von Lorsson parecía no poder entender qué pasaba por la mente de ese sujeto. Era obvio que Alfredo estaba enajenado totalmente de sí mismo, extrañado de todo lo que había hecho. Extrañado de aquella acusación incluso.

-Señor.

La tensión se aplazó en ese momento ante la voz desesperanzadora y temblorosa de uno de los policías que salía de la habitación. Ambos, novio y padre de Nuria, echaron vista a él, quien estaba con la gorra baja, tapándose parte del rostro completamente pálido y nauseabundo. Mientras todo su cuerpo estaba encogido, él hizo un ademán con su cabeza como señalando claramente que el espectáculo era lamentable.

-¿Qué... Qué sucede señor Thauvin?

-Tal como usted lo dedujo, lamentablemente encontramos el cuerpo de Nuria, su hija. - Las lágrimas de aquél hombre empezaron a forzar salida al exterior, su cuerpo había perdido totalmente el peso y la fuerza ante la noticia. Thauvin, en su rostro parecía denotar que aquella sala no era apta de ver para cualquiera - Lamento decirle que su estado... No es óptimo... Parece que lleva meses muerta dentro de la habitación.

Alfredo estaba perplejo, en su cabeza aún no creía eso posible, no. Al bajar la mirada, contempló el tubo del teléfono bajo sus pies por última vez. No caía que esto estuviese sucediendo, el no se lo creía. Para él, Nuria no estaba muerta pero, entre sollozos, le entristeció el hecho de que no la podría llamar más, pues su teléfono estaba destruido. Ahora, Alfre se había destruído por completo al no tener ya formas de contactar con ella. Su corazón latía despacio, como si sus esperanzas por llamarla una noche más se hubieran desvanecido por completo, un mechón considerable de pelo cayó de su cabeza, y su nariz sangró mucho más que los cortes de su rostro por las bofetadas.

Alfredo estuvo todos estos días conviviendo con el alma de Nuria por un teléfono. No, peor aún, Alfredo pensaba que Nuria realmente existía, pero solo se encontró con él mismo. Él, y su inolvidable deseo de jamás perderla. Él, y sus autoboicotéos mentales para excusarse de jamás perderla fueron lo que la llevaron a ésto.

Se negaba rotundamente sin embargo, a cargar con la idea de que él había asesinado a su mujer.

-Llévenselo. - Fue lo único que logro decír el oficial Von Lorsson antes de que sus sollozos arremetiesen contra su voluntad.

-¿Cómo llamaré a Nuria ahora? No puedo llamar a Nuria si me llevan, ¡por favor! - Fue lo único en su momento que Alfredo logró destapar de sus labios mientras era arrastrado hacia fuera de su propia casa, aún sin poder entender todo lo que había sucedido. Su cabello iba cayendo a la par que se movía, dejando mechones pelirrojos encaminados hasta la salida.

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