CUENTO 6: ENCIMA DE LA TERRAZA
ENCIMA DE LA TERRAZA
Ismael Trevisan, estudiante, 31 de enero del año 2003
Despues de tanto, me había decidido.
Me estiré lo más que pude para
agarrarme a la punta del muro que me defendía de una caída libre. Incluso pese
a las pocas fuerzas que me quedaban en mis flácidos y pálidos brazos logré
alzarme sobre el muro de la terraza. Apoyando una de las plantas de mis pies
encima del borde me impulsé como gancho hasta subir ahora todo mi cuerpo encima
de aquel muro. Ahora tenía un pie colgando del precipicio infinito, donde mis
ojos veían solo luces de farolas y carteles los cuales en conjunto me impedían
diferenciar algo claro de aquél vértiginoso vacío total que me aguardaba. El
viento me hacía sentir frío, mucho frío. Mi cuerpo temblaba, mi espalda sobre
todo, generándome de vez en cuando un escalofrío desagradable. Aunque
honestamente varias veces me cuestioné si el frío era el culpable o si lo eran
mis mismos miedos.
No podía creer que por fin, después de
tanto tiempo, me había decidido a dar mis últimos respiros.
Estaba de lado, sentado, dejando colgar
un pie de un lado de la muerte, y otro del lado de la esperanza. Pero. ¿Qué
esperanza? Incluso veía oscuro aquél lado de la terraza que me pedía
simbólicamente que viviera, no había luz que le diese a esa zona, y eso creo
que armonizaba con mi espíritu en esos momentos.
Mi conocimiento sobre la vida siempre
fue como la de un soldado retirado, lleno de táctica, pero cero de técnica como
para llevar a prueba todas esas esperanzas que días atrás me propuse alcanzar.
Eran años de intento, mientras detrás de una computadora me lamentaba una y
otra vez aquellos desaciertos, esperando estúpidamente alcanzar la gloria
aunque sea una vez... Una maldita vez...
Mientras apretaba mi puño con fuerza y
mis nudillos crujían, recordaba con impotencia lo fácil que era que
alguien te motive un poco para seguir adelante. Lo había leído en un
libro, "con tan poco, podía alguien hacer muchísimo en otra persona".
Lo recordaba con impotencia pues eso en mí no existía. Me envenenaba ver el
éxito en mi alrededor. Ver como quizá, si sobrevivo a la caída, alguien por
allí en el fondo del precipicio, detrás de esas luces molestas que me ciegan la
visión ahora, seguro estará cumpliendo un sueño, o siendo amado. En el peor de
los casos, sintiendo una palmadita en la espalda de alguien cercano.
Mis ganas de seguir eran ínfimas, pero,
¿Realmente podía tomar las riendas de todo aquello yo mismo?
Sin poder cuestionármelo, una ola de
viento empujó mi cabeza desde el más alto de los pisos hacia el asfalto. En el
envión me arrepentí, mi pecho se cerró al instante. Por primera vez sentía la
adrenalina y aún no había caído del todo, la parte anterior de mi rodilla hacía
gancho a mis últimas esperanzas de vida.
¿Por qué algo me dice ahora que quiero
seguir viviendo? ¿Por qué ahora, que estoy colgado de una pierna que poco a
poco resbala por la ropa de aquella esquina que me mantenía encima de la
terraza, se me da por pensar en actuar?
No lo entiendo, ¿no me conocía lo
suficiente ya?
"¡Niego haber pensado en todo
aquello, niego totalmente querer seguir vivo!" declaré, como si se lo
dijese a un dios, un dios en el que no creía. Tras eso con furia por haber
pensado en salvarme me dejé caer. Esta vez, fui yo quien soltó el pie, y me
lancé con un grito lleno de furia, tal que sentí como si mis pulmones se
rompiesen. No era un grito de miedo, sino de guerra, de declararle guerra a
todo aquel mundo de mierda que me hacía sentir sensaciones infelices, mientras
incluso mis lágrimas me dejaban caer a mí solo en picado.
Todo en mi casa estaba destruido, no
tenía nada a lo que volver, mi ira me impedía totalmente pensar. Declaré odio
eterno a todo eso que sentía, a sentir en general, a la deshumanización que
sentía de mi parte gracias a otras personas. A todo aquello de lo que percibía.
Recordaba en la caída libre un libro que decía que una vez mueres, ya no
sientes absolutamente nada, como si anestesiado estuvieses.
Tengo que decir, que al recordarlo
incluso llegué a sonreír a la vez que divisaba el asfalto una vez las luces
fueron disminuyendo y ví como el destino de mi cuerpo era despeñarse encima de
un carro gris. Pensé "lo hice, me animé". Y tras eso, mi cuerpo dejó
de funcionar.
Pero la vida tenía el oficio de
torturarme aún más, y como por arte de magia, me di cuenta que seguía
existiendo.
Ahora, no era capaz de usar ninguno de
mis sentidos, simplemente existía, y me daba cuenta, y lo peor es que me
atemorizaba darme cuenta, era como una piedra, era como las imaginaba: En su
letárgico sueño, en sus letárgicos pensamientos de sinsentido.
Poco a poco con el pasar del tiempo, mi
capacidad de sentir (que ya era muy poca) también me abandonó por completo,
pensé que había abandonado mis sentimientos el día que me suicidé, pero cada
día me sorprendía más aquellos sentimientos que ya no sentía, era como si estos
se fuesen de manera discreta con el pasar del tiempo, tiempo del que por
supuesto ya no tenía noción.
Con el tiempo mis sentimientos me
abandonaron. Me quedó solo de ello la capacidad de filosofar, me quedo de ello
la capacidad de ser curioso, de imaginarme teorías sobre como sería la vida
ahora que sin mí, lamentablemente, mi capacidad de imaginar era casi nula, solo
eran manchas que se interponían una tras otra, que para mí representaban
ciertas cosas, imágenes, personas, etcétera.
La pega de todo esto, era que ya ni
siquiera podía preguntarle a alguien cosas que me intrigaban, o buscar en
google, o llamar a un amigo que supiera de todo esto. No, no podía, quizá eso
es lo que más... ¿curiosidad? me daba. Creo que lo hubiese añorado tiempo
atrás, pero es que incluso perdí la capacidad de extrañar cosas, de nuevo,
ahora mismo era parte de una naturaleza de palabras y pensamientos.
Pensamientos que nunca iban a evolucionar, recuerdos que no se podrían
modificar, palabras y poesías que no me generaban nada debido a que nada de
ello tenía un sentimiento para mí y por ello prefería descansar, desligarme de
ellas.
Todas estas cosas, ya no se
podrían cambiar, porque ya estoy muerto, y lo sabía perfectamente.
Ahora muerto, llego a la conclusión de
que me hubiera gustado poder seguir informándome de todo, me hubiese gustado
seguir sintiendo esos sentimientos, me hubiese gustado sentir todo aquello que
ahora no siento.
Quizá no tenía por lo que luchar, quizá
mis esperanzas eran ínfimas, pero el placer de conocer todo lo que me rodea un
poco más cada día no me lo quitaba nadie. Es que, honestamente a veces sentir
tristeza me gustaba incluso. Me hacía sentir que no todo en la vida era un
cuento de hadas.
Estos días muerto, por suerte todo lo
pude ver de una forma diferente, fuera de la vergüenza, fuera de la
imparcialidad, fuera de todo ello, ya que, después de todo, de este lado no hay
consecuencias una vez estás aquí.
Pero... ¿Qué se sentía estar allá?
Espero que este camino extraño, de sensaciones insípidas, me devuelva algún día
a ese punto de la historia. Espero que aquello que vaya a ser yo el día de
mañana, que ya no seré yo, disfrute de serlo.
A mí me hubiese gustado volver a la
vida, estoy seguro. Pero...
¿Qué era sentir gusto por algo?
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