Cuento 1: IN-UTIL
IN-UTIL
Lucas Cernik, estudiante de primaria. 2 de julio del año 2010
-Lucas... Pst, hey,
Lucas.
Lo peor que pudo hacer
Lucas fue despegar la cabeza de su mesa en esos momentos. Al girarse a responder
con la mirada donde su compañero le observaba, se llevó la amarga sorpresa de
que un lápiz disparado como proyectil vendría a su dirección, atizándole en el
medio de su frente. Automáticamente, se llevó la mano al rostro, su frustración
era notable, pero más crecía conforme las risas de los niños de los bancos de
su lado, en coro vociferaban carcajadas contra él.
Lucas estaba harto. Como
de costumbre, fantaseaba sobre el momento en poder sentarles de un puñetazo a
alguno de esos que se la pasaban molestándole. Parecía cargar fuerzas
aguantando día tras día para esperar el momento indicado.
-Idiota. – Le dijeron, y
para rematar, otro niño del grupo acosador le lanzó otro lápiz que le pegó en
la parte trasera de la cabeza. Lucas reprimió aún más sus enojos, descargándolo
apretando fuertemente los bordes del banco en el que él se situaba y agachando
su temblorosa cabeza, su mandíbula se tensó y sus fuerzas de voluntad
comenzaron a escasear. Pero claramente no quería tomarse la molestia de volver
a la dirección por violento. Eso le asustaba. Y era fuente de motivación (o
miedo) para evitar devolverse contra ellos.
El solo pensar en el
cinturón de su madre atizándole en la espalda le ponía de nervios. Intentó
guardar calma, pero a la mínima, su piel se puso rojiza, y era lo peor, pues
era reconocido por ser el "colorado" de la clase por ello.
Sin embargo, ahí estaba,
aún retenido, debido a ese amargo recuerdo de la última vez que decidió
responder a sus impulsos, a aquella vez que Lucas se levantó de su asiento y
decidió empujarle al sujeto. ¿Cómo lo podría olvidar? Todos los niños, niñas e
incluso el maestro aquella vez le observó como un bicho raro en el momento que
empujó a José. ¿Cómo podría olvidarlo? Si después de el curso el hermano mayor
aquél tipo, que ahora lo llama idiota, le plantó un manotazo en el medio de su
mejilla a la salida de la escuela. ¿Cómo podría olvidarlo, si aún resiente el
dolor con el recuerdo de las marcas del cinturón de su madre.
Por si fuera poco,
nuestro "colorado" amigo era el enojón del salón, era obvio que nadie
se iba a tomar en serio a alguien que constantemente era el centro de atención
de las discusiones en las direcciones. Luquitas participó de seis de ellas en
esta semana nada más.
Claramente, había algo
mál en Lucas, ¿cómo iba a molestarle que los chicos le jodan?
Sin más, esa odisea de
cinco minutos que parecían ser eternos de risas y carcajadas se terminaron con
la tardía llegada de la maestra a clase al coro de los niños en ese saludo
protocolar típico que nos hacían hacer a todos en primario.
"Buenos días
señorita Hernandez".
Hernandez era una señora
regia, alta, pelo castaño y de un observar muy prepotente. Se paraba erguida y
observaba a todos por encima con sus verdes ojos, ¡Incluso a la gente más alta
que ella la miraba así!
Ella se calzó los
anteojos que había sacado de su guardapolvo en esos momentos, y analizó solo
con sus ojos, sin mover la cabeza ni un milímetro, el silencioso ambiente.
-Chicos, de más está
decir, que no todos pasaron, sin embargo, daré mi calificación al final de la
clase. Esto por una cuestión de atención en clases, no quiero a nadie hablando
del examen - Expresó con un tono frío y formal - ¿Está claro?
"Si señorita
Hernandez", dijeron todos, en coro. El respeto (o miedo) se notaba en el ambiente
más que nunca. Un examen, el primero de ellos con la maestra más exigente de
todas, estaba por ser entregado ese día, y para sorpresa de muchos, lo haría a
final de la tarde, en el momento en que cada padre venía a buscar a su
respectivo niño al final de la jornada.
-Muy bien – Dijo al
compas de un aplauso que juntó sus manos y luego aleteaba juntas las mismas
mientras buscaba las palabras que decir en ese momento. – La clase de hoy
daremos biología, necesito que todos hagan grupos de cuatro, ¿estamos?
Lucas asintió, y giró
hacia atrás en busca de grupo.
El problema es que no se
animaba a ser él quien abriese las conversaciones. Lucas nunca fue muy hablador
de hecho, así que solo se quedó observando a los dos niños que se sentaban
detrás de él detenidamente, mientras sus cejas se fruncían de vergüenza al ver
que ellos buscaban en su mochila los cuadernillos, como sin percatarse de que
existiese. Le generaba terror, siempre que él quería decir algo, se lo tomaba a
menos su frase, o peor, parecía que ni siquiera inmutaba la conversación de
entre medio sus palabras. Parecía un fantasma.
Cuando los chicos sacaron
sus cuadernillos, una voz desde la otra punta del aula les llamó.
"Hey, Dani, Saúl
¿Les gustaría hacer con nosotros el grupo?"
Ahí, Lucas simplemente
observó cómo ambos se levantaban y se iban, de lo tonto que se sintió se dio
media vuelta, se encogió mientras se cruzaba de brazos y se rascó la cabeza
como tic nervioso por la situación. Él observó al girarse que la maestra estaba
cruzada de brazos, marcándole una X en la frente con la mirada, y allí es
cuando se percató de que aún no había sacado el libro de biología de su
mochila.
Y pensar, que la mochila
estaba a su lado, sentada como su compañerito de banco.
Lucas abrió la mochila y
sacó el libro. Automáticamente, se puso de rodillas en su asiento y alzó la
cabeza como una zuricata para ver si encontraba un grupo.
¡Que ironía eh!, todos
los grupos ya tenían cuatro personas y para colmo no quedaba nadie libre.
Él se dejó caer
nuevamente en el asiento.
-¿Harás solo? – Dijo la
voz de Hernandez, haciéndole sentir un pequeño escalofrío dentro de sí. Él
nervioso, respondió como pudo.
-S-si se... se...
señorita, solo... me refiero a que no encontré... - Tartamudeaba, y para su colmo, el aula
estaba en silencio escuchándole tropezar las "S" una por una. Así que
agachó la cabeza y asintió dejando la frase a la mitad.
-¿QUÉ? – Dijo ella con
exagerada exaltación, frunciendo el ceño. Todos se rieron al identificarse con
la reacción de la profesora por no entender a qué se refería Lucas.
¡Qué ironía!,
oportunamente, Lucas estaba en los asientos de adelante y todos los grupos
prácticamente se habían juntado detrás de él, parecía estar en foco de todas
las personas, como si fuese parte de un circo.
-¡SILENCIO!- Dijo la
profesora con un fuerte grito, quien agarró del escritorio el borrador del
pizarrón y golpeó el dorso del mismo contra el escritorio, haciendo un sonido
parecido al de un juez cuando condena al acusado.
Callaron las
carcajadas, pero no los murmuros, murmuros que eran omisos para la
señorita Hernandez, pero que retumbaban como gritos para los oídos de Lucas.
Tik tok, tik tok.
Empezó el recreo...
En el recreo, Lucas se
sentó a un costadito de donde los chicos jugaban al futbol, abrazando sus
piernitas. Él miraba fijamente a las personas que jugaban en esa cancha, para
luego, cuando la pelota giraba a su dirección, desviar la mirada. No se animaba
a pedir para jugar con ellos, por lo que intentaba llamar la atención con su
inocencia. Lucas no era muy bueno en el futbol, pero le encantaba ver los
partidos por la tele y soñaba ser delantero, como su futbolista favorito. Era
su sueño, pero, ¿quién iba a permitir cumplírselo? si ni
siquiera sus grupitos de compañeros lo elegían para los partidos.
Al final, la profesora le
quitó la pelota a los chicos, todos se fueron a jugar a la mancha.
Luquitas no le quedó otra
que levantarse e ir al patio a jugar a la hamaca. Entretanto, pensaba
"¿cómo me habrá ido el examen?". Pensó en miles de destinos,
diferentes. Pero lo que sí, es que en todos, en todos todos, estaba su madre.
Sobretodo en los malos recuerdos. Ella, y la mirada juzgona de Hernandez
Pensaba sobre cómo
reaccionaría su madre ante la nota mala...
Todos esos pensamientos
se le fueron en un instante.
-"Colorado"
–Dijo una voz
-¡No soy colorado! – Dijo
Lucas levantándose de la hamaca de un salto, observando hacia un enorme arbusto
que le tapaba la visión de aquellos que se reían de su reacción. -¡Soy castaño
y oscuro!
-Callate colorado. –
Respondió otro con una voz ronca y grave, fue tan directo y tan seco que era
imposible que sus compañeritos no se rían de esa forma de decírselo.
Como era de
esperar, la rojez en sus pómulos se comenzaba a notar en Lucas, y un
gruñido exagerado como el de los dibujitos se hizo notar.
Él se acercó hacia los
arbustos a fuertes pisotones. -¡Basta de molestarme!. Los chicos salieron
corriendo desperdigados entre risas por el patio.
No se guardo el gruñido
esta vez, y los intentó correr a todos con lágrimas en los ojos, sin siquiera
pensar en el cansancio de sus piernas, cada uno de sus músculos temblaban,
Lucas no podía nada más que ver a esos chicos que corrían alrededor de él, era
lo único de lo que su atención, cegada por el rencor, se percataba, lo demás
era borroso. Al ver que no serviría de nada perseguir a todos por su lenta
velocidad, se concentro en uno: José, el más molesto de todos, y el que más
distraido de los chicos andaba.
José no se esperaba que
Lucas usase todas sus energías para encargarse de que ese chico no le diese
nunca más problemas. Cuando el joven quien él perseguía se dio cuenta, ya era
tarde, una bofetada con la mano abierta lo había lanzado al suelo.
Como si fuese una fiera,
Lucas se subió encima de él e intentó pegarle mientras el joven se cubría en
posición fetal en el suelo, tápandose el rostro con los brazos. El conflicto
parecía recién comenzar, pero Lucas no descansaría hasta hacerlo llorar, y
hacerlo sentir tal y como él se sentía ahora mismo, como lo comunicaba su
cólera.
Lucas, escuchó los gritos
de la profesora asustadísima por su reacción y por la escena que había
generado, y recapacitó lo que estaba haciendo. Supo, que volvería a ser
su culpa. ¿De quién más sería? Siempre Lucas terminaba peleando con
todos los niños de la escuela, era obvio, que el problema no era el niño
que tenía debajo suyo asustado, no. Era obvio que él fue el que
reacciono mal, porque una cosa es burlarse de un chico entre todos los
presentes sin caso alguno, y otra muy diferente es actuar violentamente ante
esas burlas. Por supuesto que no es lo mismo.
La maestra le agarró del
cuello trasero del guardapolvo y le sacó a las fuerzas de encima del chico.
-¿¡Qué haces Lucas!?
¡Lo vas a lastimar! – Dijo la directora Fermín, quien ya había perdido
la paciencia este año por los constantes problemas de conducta de nuestro joven
compañero, que lo hacían llevar al direccional constantemente.
-¡Soltame! – Replicó con
una voz rota, prosiguiendo a lanzarle un manotazo al brazo de la mujer para
quitársela de encima, su mirada estaba entre ceja y ceja en el chico de
enfrente a quien había lanzado al suelo y que poco a poco, aún aturdido, estaba
siendo levantado por otra maestra que se interpuso junto con la directora en la
pelea.
Lucas no se contuvo, y
esta vez, con el puño cerrado le dio un fuerte puñetazo en la boca al chico,
fue tal el golpe, que la maestra cayó con el niño ahora al suelo de lo agresivo
que fue su embestida. Y fue tal la tensión, que Fermin le agarró por debajo de
las axilas al agresor y lo levantó a una altura tal que sus pies no tocasen el
suelo para inmovilizarlo, de allí nuestro compañero visitaría la
dirección una vez más.
-¡ME VIVEN MOLESTANDO!
¡NO ES JUSTO! ¡NADIE ME AYUDA!
-¿Ah y por eso te
vas a ir de justiciero largándole piñas a todos?
-¿¡Y que queres que
haga!? ¡Me molestan!
¿Qué más podría hacer
Lucas? Lo que haríamos todos con 11 años, aguantar más de lo mismo durante toda
nuestra infancia. Todos con once años somos lo suficientemente grandes para
poder no reaccionar con furia ante cientos y cientos de burlas sin ayuda de las
profes cuando vamos al primario. Lucas no entendía eso, claro que no, él tenía
que arreglárselas solito, pero aún no le entraba en la cabeza ello.
Al final, después de
retos, Lucas se fue con una amonestación a su casa y con una
nota tres en el examen de una Hernandez que con su típico observar prepotente
negaba con su cabeza decepcionada ante el rendimiento del chico, tanto escolar
como ético.
Al llegar a su casa, no
le contó a su madre, no podría vivir con el hecho de escuchar decirle una vez
más la típica frase que soltaba cada vez que volvía de la reunión escolar:
"Otra vez te peleaste con otro chico en la escuela, otra vez Lucas, ¿para
qué te pago el psicólogo?".
Y con el drama que armo
hoy, si su madre se enterase sin duda Lucas desearía estar en casa de su padre,
ni hablar.
Sin embargo, su madre se
enteró debido a que, desafortunadamente para él, la madre del niño al que él
había bofeteado vino a reclamarle por la mala conducta de su hijo a gritos y
revoloteo de manos.
Por supuesto no faltaron
los cintazos típicos de castigo que su madre le otorgaba, agraviados aún
más por la nota baja de su examen. Qué decepción debe
sentir ella de saber que tiene un hijo conflictivo.
A fin de cuentas, luego
de los cintazos, al menos Lucas tenía el privilegio de encerrarse en su pieza y
encender su computador. E intentar vivir por fin su vida de encierro que tanto
le gustaba. Afortunadamente, su madre no entendía nada de tecnología.
Lucas usualmente se
encerraba y hablaba con sus amigos de internet, tenía a su mejor amigo llamado
Erik Gutierrez que era de Colombia, una chica llamada Danissa Alves quien le
enseñó a hablar portugués fluido, y un grupo con el que jugaba a un jueguito de
batallas, era bueno en ello.
Parecía ser el único
momento en el que sonreía de manera auténtica y sus únicos sueños era ser
jugador profesional de su jueguito de batallas y poder conocer a Danissa. Ambos
se querían mucho, se daban consejos y ambos estaban dispuestos a conocer sus
respectivas ciudades y, el día de mañana ir a visitar a Erik quien era un amigo
en común que ambos tenían.
Intentó entrar a la
habitación con ansias de despejarse jugando a los videojuegos, pero al abrir la
puerta, su perro le sorprendió saltándole encima y lamiéndole la cara -
¡Carlitos! – Dijo él, mientras acariciaba el cuello del perro y jugueteaba con
él. Lo tumbó a su lado y se incorporó para ahora rascarle la pancita al alegre
animalito.
Lucas se levantó con un
aura diferente ahora, aunque aún se resentía de el ardor de su espalda
propiciado por los cintaazos. Entró a su habitación junto a su perro y luego
cerró la puerta. Encendió la computadora y directamente puso a funcionar el
videojuego mientras el perro recostaba su cabeza en su regazo y observaba como
Lucas hipnotizados la pantalla de la computadora.
Minutos después de
reunirse con sus compañeros de manera online, todo el escuadrón decidió jugar a
"Dundalk Fighters", el jueguito de peleas en el que nuestro compañero
era bueno.
Era un momento de dudas
en el juego, les había tocado un rival difícil, pero gracias a Lucas, eso no
fue problema para el escuadrón que terminó ganando con él como único
sobreviviente de la batalla
Sandro Nutz: ¡Que grande
Luqui! – Decía un
compañero a través del chat
Emanuel Corrales: Bien
hecho Lucas – Decía otro.
Erik Gutierrez: ERES
GENIAL, PARCERO
Lucas sonrió
inmediatamente, y observó el último mensaje con mucha atención.
"Eres
genial"... Parecía temblarle las manos al leerlo.
Lucas Cernik: Chicos,
jugarémos luego, tengo que hacer tareas.
Lucas cerró el juego, se
despidió de sus compañeros y observó que tenía una notificación en sus redes
sociales, un chat no leído de ese día. Normalmente no tenía con quien hablar
más que con Danissa o con Erik por las redes sociales, y esta no sería la
excepción. El mensaje era de su considerada mejor amiga.
Automaticamente, al
abrirlo, no pudo contener lágrimas de felicidad mientras su perro le mimoseaba
las piernas a la par. Un mensaje cortito, pero que cambiaría el rumbo amargo de
su día
Danissa Alves: Feliz
cumpleaños mi queridísimo Lucas, te quiero muchísimo. Sos el mejor, espero que
lo tengas en cuenta.
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